Escribir sobre la muerte es también una forma de hablar de nuestros muertos, los más cercanos, los que más nos duelen… ¿o eso debemos suponer?
Será que nos acercamos a la mitad de octubre y la fiesta de los muertos no está tan lejos, o al menos ese sería un pretexto que nos dicta…
Será que nos acercamos a la mitad de octubre y la fiesta de los muertos no está tan lejos, o al menos ese sería un pretexto que nos dicta la tradición, pero lo más seguro es que hoy, más que nunca, la presencia de la muerte en la vida es más evidente. Medios de comunicación y redes sociales han maximizado el asunto de las necrológicas. ¿O antes no le prestaban demasiada atención al asunto? ¿Se muere más o menos gente?
Lo cierto es que esta temporada ha traído consigo un desfile de muertos –el baile de los muertos-. Una estela de la que me di cuenta al momento que una amiga me mandó un cuento a partir de una canción de Café Tacvba donde los fallecimientos permean, ya sea por enfermedad o suicidio. Me parece que escribir sobre la muerte es también una forma de hablar de nuestros muertos, los más cercanos, los que más nos duelen, o eso debemos suponer.
Luego resulta que nos cala más que se muera gente con la que tenemos un vínculo intelectual o artístico y no físico o directo.
A fin de cuentas, ellos representan la brújula que orienta nuestras vidas y nos ayudan a encontrar sentido. Lo mismo ocurre con un libro que con una canción. No debe darnos pena, muchas veces les tenemos más afectos que a nuestros conocidos y compañeros del trabajo. Se puede morir un vecino y nos tiene sin cuidado, pero cuando se va un artista al que respetamos y nos ha influido, sentimos la pérdida más que cercana.
Durante el fin de semana nos enteramos de la muerte de Carey Lander, tecladista de la banda escocesa de indie pop Camera Obscura, que perdió la batalla contra el cáncer. Me llaman la atención las muchas muestras de afectación popular, pues uno hubiera pensado que no se trataba de un miembro de una banda masivamente conocida. No pertenecen a la elite del rock, pero aún así se deben sentir reconfortados por tantas expresiones sinceras de cariño. Como artistas ahora tienen más evidencias de que su trabajo no ha pasado desapercibido. En lo personal, siempre encuentro trágico que se corte una vida en plenitud (la chica tenía 33 años de edad), es distinta la sensación en el caso de las personas y/o artistas ya entrados en la acumulación de años.
Unos días antes falleció el escritor sueco Henning Mankel, figura esencial de la novela negra contemporánea. También se lo llevó el cáncer, pero tampoco es que fuera un hombre de avanzada edad (tenía 67 años). Acá los elementos distintivos consisten en que ya contaba con un importante legado artístico de valor indiscutible. Él contaba que no habría querido morir en un accidente y apreciaba la oportunidad de haber podido ir paladeando poco a poco la llegada del fin. Le detectaron la enfermedad en 2013 y se fue preparando para el acontecimiento. Tal como queda registrado en la magnífica entrevista “Henning Mankell: Moriré de esa enfermedad”, que Stephan Draf publicó en el suplemento XL Semanal del diario español ABC. Una conversación sensible y profunda que incluye una pregunta tan intensa como precisa:
“– ¿Tiene miedo de desaparecer sin más?
– Nunca he pensado en eso, la verdad. Basta con escupir en el océano para tener toda la eternidad que se quiera… Pero no. Somos átomos, nos disolvemos, luego ya no hay eternidad que valga. A veces me vienen a la cabeza unos pensamientos algo infantiles, como que estar muerto debe de hacerse muy largo, terriblemente largo. Sé que suena absurdo. Cuando estás muerto, no hay espacio, ni tiempo ni conciencia, pero no puedo evitar pensarlo”.
Toda la conversación es conmovedora y ofrece mucho material para pensar. En esas me encontraba, y también tenía la sensación que la estela de muerte bajaría en intensidad.
Desde diversos frentes recibí excelentes recomendaciones para leer a una joven escritora mexicana: Laia Jufresa. Acerca de ella no se escatiman elogios y la señalan como uno de los más notables talentos emergentes con los que cuenta nuestra literatura.
En un hecho casi insólito para Pachuca, llegó a una de las escasas librerías su novela Umami, editada por Random House. El planteamiento general cuenta que se trata de la historia de una niña que quiere tener un mini-huerto en el patio de su casa. ¿Qué fue lo que encontré? En primer lugar, a una excelente narradora que cuenta con una capacidad sorprendente para crear personajes de distintas edades, sexos y personalidades. Todos los elogios para ella son más que merecidos.
Pero también ocurrió que se trata de una novela marcada por otro par de muertes; en un muy corto tiempo dos de los habitantes de la Privada Campanario dejan este mundo: una niña que se ahoga en un lago estadounidense apenas con 4 años de edad y una joven mujer, exitosísima cardióloga, sucumbe, otra vez, debido al cáncer.
¿Se tratará de algún tipo de señales misteriosas? ¿Habrá alguna trama superior que no consigo entrever? ¿O simplemente el curso de la vida y el arte continúan normalmente?
Tendré que proseguir con mis especulaciones, pero mientras tanto también hurgaré a profundidad en esa contundente entrevista de Draf con Mankell, un hombre que se encontraba en sus últimos días:
–¿Las culturas africanas tienen otro concepto de la muerte?
– La muerte forma parte de la vida mucho más que aquí, en Occidente, donde nos podemos pasar toda la vida sin haber visto un muerto. Me parece algo llamativo y también peligroso. ¿Cómo esperamos que nuestros jóvenes tengan respeto por la vida si sólo conocen la muerte por las películas?– Usted ha sido testigo de una cantidad terrible de muertes… la lista que recoge en su libro es interminable. ¿Estas experiencias lo han preparado para afrontar su situación?
– Oh, no. Nuestra muerte es la única cosa que es sólo nuestra. En el nacimiento hay dos personas implicadas, pero en la muerte… Es un paso que tenemos que dar solos, aunque tengamos a los amigos y a la familia a nuestro alrededor.
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