Por Juan Carlos Hidalgo Baca
Entre diversos escritores pertenecientes a distintas generaciones estadounidenses existe la obsesión y el reto por lograr “la gran novela norteamericana”. Y lo intentan una y otra vez desde varias perspectivas y logros de calados variables. Hay incursiones que han sido tremendas, de Don de Lillo a Jonathan Franzen, de Thomas Pynchon a David Foster Wallace; ahí están James Ellroy, Salinger, Kerouac y Cormac McCarhty, además de, por supuesto, Chuck Palahniuk.
Desde hace tiempo Jonathan Lethem también ha empujado con fuerza y construido una sólida carrera no exenta de retos; se trata de un autor que emprendió lo que podría considerarse el proyecto más demandante de su carrera y al que la maquinaria del marketing editorial pone en el centro de la vorágine al considerarlo: “Tan ambicioso como Norman Mailer, tan divertido como Philip Roth y tan punzante como Bob Dylan” (Los Angeles Times no se guardaron nada en tal aseveración).
Nacido en Nueva York en 1964, Lethem ha aprovechado la experiencia de crecer en una comuna hippie de Brooklyn más la figura de una abuela con intensos principios políticos e ideológicos para contar una saga intergeneracional que se remonta a la primera mitad del siglo XX y la llegada de inmigrantes judíos al por mayor. Gente que al tiempo que se busca una vida en La gran manzana está al pendiente de lo que ocurre en Europa; algunos de ellos tratando de trasladar el pensamiento socialista al propio reino del capitalismo y crear sindicatos, urbanizaciones y grupos de lucha social. En entrevistas varias el escritor ha comentado que trató de remontarse hasta: “un movimiento que quedó olvidado y muchos creen que nunca existió“.
Los Jardines de la Disidencia (editado por Random House) tiene el mérito de contar con una serie muy sólida de personajes; Rose es la matriarca que pierde a su marido vuelto a Alemania Oriental para hacer labores de espionaje, que es madre soltera y una líder social que es expulsada del partido por involucrarse con un policía negro (al que ayudará a educar a su hijo). Por su parte, Miriam –hija de Rose- se aleja del fraccionamiento Sunnyside en Queens para emprender su propia aventura juvenil en los años dorados de la revuelta hippie y se inserta en el Greenwich Village, donde se enamora de un cantante de folk de origen irlandés comprometido a sangre y fuego con las causas revolucionarias.
La novela describe perfectamente la recomposición social de la ciudad, la convivencia multirracial y religiosa y los cambios arquitectónicos. En algún momento, Cicero, el pupilo negro de Rose y catedrático de Princeton, asevera: “que el propósito de su trabajo era recopilar y salvar lo que se perdía”. Los personajes haciendo la tarea del escritor, porque también está Sergius, el hijo de Miriam y el trovador, intentando reconstruir su pasado, que incluye la muerte de sus padres durante un viaje para sumarse a la causa de la revolución sandinista en Nicaragua y los acontecimientos de una infancia transcurrida en un internado-escuela a cargo de los Cuáqueros, un movimiento cristiano de filiación New age.
Hay una evocación minuciosa de parques, bares, escuelas, tiendas, negocios e incluso de la historia del béisbol norteamericano a partir de los Mets –el equipo de Queens-. Se trata de un repaso minucioso de la cultura neoyorquina desde los años treinta del siglo pasado a lo más reciente del siglo XXI, pues Sergius terminará interesado por el movimiento Occupy, mientras Cicero forma parte de la burguesía académica y llevando una vida funcional de un gay negro que se ha convertido en un blanco de clase acomodada.
No todos los días se logran proyectos tan monumentales como este que al explicar los avatares de generaciones de neoyorquinos también refleja lo que han sido los Estados Unidos y su influencia en el resto del mundo. Lethem ha incursionado hasta las entrañas de una ciudad que funge como detonante del resto del planeta con gran veracidad para plasmar seres humanos tan complejos como fidedignos. Se sabe que los Estados Unidos siendo un país relativamente joven y con muy poca historia requiere de estas obras de arte para consolidar una identidad y tener fuertes asideros ideológicos –más allá de las revisiones más simplistas y reduccionistas-.
El también autor de Chronic City (2011) se ha propuesto narrar acerca de gente comprometida a fondo con sus convicciones políticas, que se alejó del judaísmo estricto y que no cesa de luchar aún en medio de la desorientación. Insiste en la existencia de esas personas a las que el oficialismo se empeña en negar. Ha dicho que su obra es una especie de ventana sucia a través de la que se observan las contradicciones y sufrimientos de la gente real –a la que no baña el sueño americano-.
Se trata de una ambiciosa y extensa novela que requirió de gran trabajo de investigación, pero en la que se impone su búsqueda de lo humano antes que pretensiones historicistas. Hay mucho de romanticismo e insatisfacción en la diversidad de personajes que la conforman. Lethem asumió un reto enorme del que debe sentirse bien librado. El paso del tiempo pondrá a cada cosa en su debido lugar –lo mismo novelas que legados personales-.
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